El liberalismo o el “alma liberal”, en un amago de autocomplacencia, se hace
una cierta idea del concepto de hombre; sólo ve en él un cliente que
satisfacer, unas manos que ocupar, un vientre que llenar, un cerebro donde
imprimir machaconamente sus consignas
favorables a la venta de sus productos y a la toma de posesión de sus
consignas. Así, en poco tiempo, ha creado una suerte de civilización donde un
hombre prodigiosamente disminuido, empequeñecido, pueda moverse como pez en el
agua. Es un mundo servil que potencia la
existencia básica del hombre no prefigurada
a imagen de Dios, sino a una grotesca imagen que aquel alma “liberal”
tiene constituida, es decir, de un hombre reducido a un doble estado igualmente
miserable: el de consumidor y el de contribuyente.
Las civilizaciones de antaño eran formadas, poco a poco, a través de los
siglos, por el esfuerzo más o menos
consciente de todos los hombres que las formaban. Ésta que sufrimos en nuestros días, ha sido
como impuesta desde fuera y posee medios cada vez más poderoso para mantenerse
contra la voluntad misma de los hombres que la alimentan; pues es capaz de actuar sobre la voluntad,
dominarla, dirigirla a su capricho. ¿No es esto lo que ya está sucediendo?.
Pues bien, por todo ello, es por lo que digo que el mundo moderno no puede
ni podrá nunca ser nunca una civilización
sino una contra-civilización. Una civilización no hecha para el hombre
sino que pretende al hombre para ella… a su imagen y semejanza… usurpando así
el lugar de Dios.
Habitamos en un mundo que está jodidamente enfermo y por ello es necesario,
en primer lugar - antes que nada - reespiritualizar al hombre. Para ello será necesario movilizar lo más
aprisa posible todas las fuerzas del Espíritu que dejamos olvidadas por el
camino. ¡Quiera Dios que este bramido de orden parta de mi país, hoy humillado!
el derecho que nuestro pueblo ha merecido
a lo largo de su gran historia, es posiblemente el derecho de volver a coger
hoy las ideas que antaño difundió abundantemente por el mundo y que el interés,
la mala fe, la desgracia, la necedad, han explotado, deformado, gastado, hasta
el punto de que él mismo ya no las reconoce.
Recuperar ese espíritu - como decía don Ramiro- no es acaso ¿recuperar la vida?
Recuperar ese espíritu - como decía don Ramiro- no es acaso ¿recuperar la vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario