Amar la civilización -que no es poca cosa- significa, no sólo aceptar, sino amar la cultura que la forjó. Amar esa cultura significa vivirla... sobre todo si queremos participar de ella y construir futuro a cada paso.
Esa cultura no es otra cosa que la expresión sociológica de una fe, la expresión tangible, el anhelo social compartido por la mayoría de los individuos que forman parte de esa cultura y que crean civilización. Con ello no quiero decir que todas las personas que forman parte de una sociedad posean la misma fe, ni tan siquiera que deban tener un sentido trascendente de la vida , no obstante , si quieren vivir esa cultura ,esa civilización, cuanto menos deben de respetar esa fe y conservarla como algo sagrado, aunque no la practiquen, aunque les traiga sin cuidado.
La civilización se destruye, la cultura languidece, en el momento en que esa fe puesta en algo supremo, en un camino conjunto y comunitario hacia un fin superior se rebaja a la simple confianza en el ser humano como objetivo absoluto; esto se ha traducido históricamente a la dependencia absoluta del estado, qué es la nueva fe del hombre moderno: infantilizado en sus obligaciones, sometido en sus anhelos, disminuido e incapacitado a la simple figura legal y administrativa de ciudadano.
La cultura por tanto muere y la civilización desaparece. El hombre ya no sabe crear y vive en un constante intento de transgredir aquello que ya está por los suelos, de buscar la sorpresa , de abrazar lo absurdo.
Esto podría ocurrir si un creciente control técnico del Estado sobre la vida y el pensamiento de sus miembros coincidiera con una decadencia cualitativa en el nivel de nuestra cultura.
Muere la fe, nace la ideología.
Una ideología qué es el sustituto ciudadano de la fe, en el sentido moderno de la palabra , es muy diferente de ésta, aunque tiende a llenar las mismas funciones sociológicas. Es la obra del hombre, un instrumento por el cual la voluntad política consciente trata de amoldar la tradición social a sus designios.
Pero la fe mira más allá del mundo del hombre y sus obras, lleva al hombre a un grado de realidad más alto y más universal que el mundo temporal y finito al que pertenecen el estado y el orden económico. Por ende, introduce en la vida humana un elemento de libertad espiritual que puede tener influencia creadora y transformadora en la cultura social de los hombres y en su destino histórico, así como en su propia experiencia interior.
Este es el proceso que está ya prácticamente consumado en el occidente moderno como mundo que se destruye frente a otras civilizaciones crecientes, jóvenes y con fuerza, que vienen detrás de nosotros con alegría y esperanza, con capacidad de sacrificio y de lucha y sobre todo valiente.
¿Os queréis suicidar? está bien, no tengo problema , pero no contéis conmigo.
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