Policía, ideólogo, «escritor político» y editor
español que alcanzó gran notoriedad e influencia a partir de 1932 tras
publicar, utilizando el pseudónimo Mauricio Karl, El comunismo en
España, libro en el que se describe, con información de primera mano, el
estado de la penetración soviética en España. Dos años después, en su
segundo libro, Mauricio Karl expuso los planes que «el enemigo»
–marxismo, anarquismo y masonería– estaría aplicando en España. El curso
biográfico y la personalidad de Carlavilla ha permanecido prácticamente
ignorado, y hasta 2004 ni siquiera se había publicado la fecha de su
nacimiento, difundida entonces por el librero Eduardo Connolly de Pernas
en su estudio pionero, publicado en la revista de bibliofilia Hibris,
«Mauricio Carlavilla: el encanto de la conspiración». Por supuesto, como
era de esperar, su nombre no figura (diciembre de 2011) en la Base de
datos del Centro de Estudios Biográficos de la Real Academia de la
Historia de España. De hecho, hasta la publicación de esta misma página
que le dedica el Averiguador del PFE (diciembre 2011), no existía en
internet ninguna fotografía suya (las dos que aquí se ofrecen nos han
sido facilitadas, con gran amabilidad, precisamente por Eduardo
Connolly, quien a su vez las obtuvo del entorno del hispanista británico
Paul Preston).
http://es.scribd.com/doc/ 90526476/ Mauricio-Carlavilla-Del-Bar rio-Sodomitas
«Yo, antimarxista y antirrevolucionario desde hace treinta y tres años, guardé ovejas de niño, segué, cogí aceituna, no pude sufragarme con mi propio trabajo más que las matrículas de maestro elemental y fui soldado de segunda tres años en África por no poder pagar cuota ni sustituto… y si llegué a ser policía, fue por no costarme más que 150 pesetas y cuarenta y cinco días de estudio…» (Mauricio Carlavilla, Anti-España 1959, Nos, Madrid 1959, pág. 347.)
http://www.filosofia.org/ ave/001/a369.htm
El periodista José L. Barberán (†25 abril 1935), el mismo que en junio de 1932 sospechaba que Mauricio Karl fuera pseudónimo de un «policía español de alta categoría», le puso nombre y apellidos en noviembre de 1933: el famoso comisario Santiago Martín Báguena, quien se vio obligado a desmentirlo de forma inmediata y contundente:
«Sobre una información falsa. Don Santiago Martín Báguena, comisario de Policía que fue, nos ruega la publicación de la siguiente carta, dirigida al periódico Ahora, en cuyas columnas se publicaron las afirmaciones que el Sr. Martín Báguena rectifica y que el mencionado diario no ha publicado: "Señor director de Ahora. Presente. Muy señor mío: Su diario de ayer, jueves, fecha 30, páginas 15 a la 18, publica un extenso trabajo, firmado José L. Bárberán, que da la sensación de una interviú celebrada conmigo. Este trabajo, lleno de supuestos gratuitos, me obliga a concretar tres puntos, que entiendo indispensable lleguen a conocimiento de sus lectores. Primero. Yo no he hablado con Barberán desde hace dieciocho meses. Segundo. Yo no soy Mauricio Karl, ni Mauricio Karl es mi seudónimo. Tercero. Cuando usted, el año 1931, con ocasión de una huelga, acudió a mi despacho, recuerde que, aun siendo procedimiento que podía justificarse en defensa, yo deseché algo por su posible apreciación de violencia, estimé improcedente para funcionarios, y mucho más para otras personas que a usted servían. Con estas líneas creo que las trabajosas historias de Barberán quedan enmarcadas en la colección de sus trabajos y demostrado que no es su diario tribuna la más propia para hablar de mis violencias, que, dicho sea de paso, son tan gratuitas, que todos los republicanos, incluyendo en ellos al Sr. Barberán, no han demostrado ni pueden demostrar una sola de ellas. Con la cortesía obligada, se despide, Santiago Martín Báguena. Madrid, viernes, 1 de diciembre de 1933."» (ABC, Madrid, 7 de diciembre de 1933, página 23.)
Mauricio Carlavilla, un cuarto de siglo después, ofrece una explicación sobre esta identificación de Karl con Báguena en el contexto de la sanjurjada, el fracasado golpe de Estado que se intentó desde dentro del ejército al alba del 10 de agosto de 1932, en el que él habría tenido también cierto protagonismo:
«Ha de saber usted, señor Ansaldo, que quien llevó al señor Martín Báguena y otros a la preparación del 10 de agosto fui yo. Personalmente yo, presentado por la condesa de Santa María de Sisla, conferencié con el General Barrena una noche en su casa, Zurbano 21, designándome como enlace a su propio hijo Alfonso. Han muerto ya la mayoría de los personajes, aquella gran señora, la condesa, el patriota General, su bravo hijo, el coronel De Benito y otros, pero con familiares de todos podría reconstruir aquellos hechos, y sobre todo con Digno Fuertes Galindo, actual Comisario General de lo Político Social, y con muchos más que llevé a la conspiración. Habla usted de dinero, de 5.000 pesetas, que costaba aquel servicio de información. Debo aclararle que ni yo, ni Fuertes, ni otro alguno del grupo cobramos nada de ese dinero. El único que percibió algo, asignado a él personalmente por el General Barrera, fue Martín Báguena, y justificadamente, pues a la sazón, enero de 1932, se hallaba cesante, con unas migajas de jubilación, ochenta duros. Lo había dejado cesante Maura, Ministro de la Gobernación, y Carlos Blanco, Director General de Seguridad de la República –éste ya lo había sido con la Monarquía... ¡qué perspicacia!– haciéndolo víctima propiciatoria, con otros, igualmente inocentes, de la quema de los conventos... en ocasión que Báguena no tenía servicio, por haber sido trasladado a Astorga, donde no pudo tomar posesión por haberse amotinado los socialistas indígenas contra él. Reducido a cuatrocientas pesetas de jubilación para él, esposa y cuatro hijos, una hija tuberculosa, se refugió en Segovia, y allí fui yo a proponerle que entrara en la conspiración, trasladándose a Madrid, donde recibiría mil quinientas pesetas mensuales para cubrir su déficit económico. La primera cantidad se la entregué yo mismo en el café de Atocha, estando presente el compañero Fuertes. En los meses sucesivos, las recibió directamente de Alfonso Barrera. Honrado a ultranza toda su vida Báguena, y sin bienes personales, hubo que pensar en la justificación de sus ingresos secretos. Se halló la solución haciendo correr el rumor entre la Policía de que él era autor de mi primer libro, El Comunismo en España, y hasta él vendió directamente a policías amigos unos centenares, recibiendo una comisión del 40 por 100. Y como el libro se vendió mucho, nadie pudo sospechar que Báguena tenía ingresos que debían ocultarse.» (Mauricio Carlavilla, Anti-España 1959, Nos, Madrid 1959, págs. 26-27.)
Por supuesto, nadie asocia al ya famoso Mauricio Karl con el discreto policía Julián Carlavilla, quien, en la prensa, sólo aparece mencionado esporádicamente vinculado a la persecución de ladrones:
«El robo de la Casa Cler, de París. Una noche, en la plaza de la Opera, de París, se cometió un robo escandaloso. [...] La Policía francesa trabaja con éxito y logra detener a uno de los autores en Marsella; pero el 'consorte' gana la frontera y entra en España por Irún con la maleta de joyas que no podían vender a los 'peristas' de Francia. El Servicio Internacional publica en sus periódicos y revistas la reseña de las joyas, alfileres, sortijas, brillantes, y al poco tiempo, en una casa de la calle de Caballero de Gracia, aquí, en Madrid, los agentes del servicio móvil de la Dirección, señores Carlavilla, Más e Iglesias, encuentran casi todas las alhajas robadas en París. Estos agentes continúan sus indagaciones y recuperan, en el Monte de Piedad y en algunas casas de compraventa, el resto de las joyas. No faltó ni una piedra.» (Francisco Horacio, 'La Policía del mundo contra los ladrones internacionales', Estampa, Madrid, 27 agosto 1932, nº 242, pág. 9.)
aunque a principios de 1934 encontramos el nombre del policía implicado en una actuación más de corte político, adscrito a la Brigada Social: la detención del jóven socialista Lorenzo Montero Baeza (de diecisiete años, sobrino del portero de Hermosilla 65), que formaba en un grupo que recorría la calle Lagasca cantando La Internacional, como autor del disparo que hirió al estudiante José María Alós Pombo (salvo el ABC, los otros periódicos dan confundido el primer apellido: Dealos por De Alós), que formaba en otro grupo que les había increpado. José María Alós Pombo pertenecía a JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), recién fusionadas con Falange, y fue condecorado el 29 de octubre de 1934 con el Aspa Roja «por haber sido herido en ocasiones diferentes y honrosas»: su nombre figura entre los fusilados por las autoridades republicanas en Paracuellos en las sacas de noviembre de 1936.
«Un herido. De un grupo de socialistas parte un disparo. Anoche, a primera hora, un grupo de unos cinco o seis muchachos iba por la calle de Lagasca cantando La Internacional. Al llegar a la calle de Hermosilla se encontró con otro grupo de varios jóvenes, que al oír La Internacional increparon a los que la cantaban. De éstos partió entonces un disparo, que fué a herir a José María Dealos Pombo, de diecisiete años y con domicilio en López de Hoyos, 9, que resultó herido de pronóstico reservado en un brazo. Mientras sus amigos le auxiliaban, los del grupo que cantaba La Internacional se dieron a la fuga; pero un guardia civil de la Comandancia del Sur, que pasaba por el lugar del suceso, pudo detener a Enrique Carrasco Mata, de dieciesiete años, habitante en Hermosilla, 12, cuarto, número 6. El autor del disparo pudo huir. El autor del disparo es detenido. De madrugada, los agentes señores Carlavilla y Horacio Iglesias detuvieron al autor del disparo. Fué llevado a la Dirección de Seguridad, en donde confesó llamarse Lorenzo Montero Baeza, de diecisiete años, con domicilio en Hermosilla, 65, portería, donde habita con su tío Félix Montero Salcedo. Declaró que había disparado y luego arrojado la pistola en la calle de Hermosilla.» (La Libertad, Madrid, martes 27 de febrero de 1934, pág. 3.)
«Detención del individuo que disparó contra el Sr. Alós y Pombo. Los agentes de la Brigada social D. Horacio Iglesias y D. Julián Carlavilla detuvieron esta madrugada a Lorenzo Montero Baeza, de diecisiete años, soltero, que vive en el domicilio de su tío, Félix Montero Salceda, Hermosilla, 65, portería. Este individuo, se confesó autor del disparo que causó la herida del estudiante señor Alós y Pombo, en la calle de Goya, esquina a Lagasca. El detenido, después de prestar declaración en la Brigada social, pasó, con el atestado correspondiente, a disposición del juez de guardia.» (ABC, Madrid, martes 27 de febrero de 1934, pág. 18.)
http:// editions.saint-remi.chez-al ice.fr/ asesinos_de_espana.htm
http://es.scribd.com/doc/
«Yo, antimarxista y antirrevolucionario desde hace treinta y tres años, guardé ovejas de niño, segué, cogí aceituna, no pude sufragarme con mi propio trabajo más que las matrículas de maestro elemental y fui soldado de segunda tres años en África por no poder pagar cuota ni sustituto… y si llegué a ser policía, fue por no costarme más que 150 pesetas y cuarenta y cinco días de estudio…» (Mauricio Carlavilla, Anti-España 1959, Nos, Madrid 1959, pág. 347.)
http://www.filosofia.org/
El periodista José L. Barberán (†25 abril 1935), el mismo que en junio de 1932 sospechaba que Mauricio Karl fuera pseudónimo de un «policía español de alta categoría», le puso nombre y apellidos en noviembre de 1933: el famoso comisario Santiago Martín Báguena, quien se vio obligado a desmentirlo de forma inmediata y contundente:
«Sobre una información falsa. Don Santiago Martín Báguena, comisario de Policía que fue, nos ruega la publicación de la siguiente carta, dirigida al periódico Ahora, en cuyas columnas se publicaron las afirmaciones que el Sr. Martín Báguena rectifica y que el mencionado diario no ha publicado: "Señor director de Ahora. Presente. Muy señor mío: Su diario de ayer, jueves, fecha 30, páginas 15 a la 18, publica un extenso trabajo, firmado José L. Bárberán, que da la sensación de una interviú celebrada conmigo. Este trabajo, lleno de supuestos gratuitos, me obliga a concretar tres puntos, que entiendo indispensable lleguen a conocimiento de sus lectores. Primero. Yo no he hablado con Barberán desde hace dieciocho meses. Segundo. Yo no soy Mauricio Karl, ni Mauricio Karl es mi seudónimo. Tercero. Cuando usted, el año 1931, con ocasión de una huelga, acudió a mi despacho, recuerde que, aun siendo procedimiento que podía justificarse en defensa, yo deseché algo por su posible apreciación de violencia, estimé improcedente para funcionarios, y mucho más para otras personas que a usted servían. Con estas líneas creo que las trabajosas historias de Barberán quedan enmarcadas en la colección de sus trabajos y demostrado que no es su diario tribuna la más propia para hablar de mis violencias, que, dicho sea de paso, son tan gratuitas, que todos los republicanos, incluyendo en ellos al Sr. Barberán, no han demostrado ni pueden demostrar una sola de ellas. Con la cortesía obligada, se despide, Santiago Martín Báguena. Madrid, viernes, 1 de diciembre de 1933."» (ABC, Madrid, 7 de diciembre de 1933, página 23.)
Mauricio Carlavilla, un cuarto de siglo después, ofrece una explicación sobre esta identificación de Karl con Báguena en el contexto de la sanjurjada, el fracasado golpe de Estado que se intentó desde dentro del ejército al alba del 10 de agosto de 1932, en el que él habría tenido también cierto protagonismo:
«Ha de saber usted, señor Ansaldo, que quien llevó al señor Martín Báguena y otros a la preparación del 10 de agosto fui yo. Personalmente yo, presentado por la condesa de Santa María de Sisla, conferencié con el General Barrena una noche en su casa, Zurbano 21, designándome como enlace a su propio hijo Alfonso. Han muerto ya la mayoría de los personajes, aquella gran señora, la condesa, el patriota General, su bravo hijo, el coronel De Benito y otros, pero con familiares de todos podría reconstruir aquellos hechos, y sobre todo con Digno Fuertes Galindo, actual Comisario General de lo Político Social, y con muchos más que llevé a la conspiración. Habla usted de dinero, de 5.000 pesetas, que costaba aquel servicio de información. Debo aclararle que ni yo, ni Fuertes, ni otro alguno del grupo cobramos nada de ese dinero. El único que percibió algo, asignado a él personalmente por el General Barrera, fue Martín Báguena, y justificadamente, pues a la sazón, enero de 1932, se hallaba cesante, con unas migajas de jubilación, ochenta duros. Lo había dejado cesante Maura, Ministro de la Gobernación, y Carlos Blanco, Director General de Seguridad de la República –éste ya lo había sido con la Monarquía... ¡qué perspicacia!– haciéndolo víctima propiciatoria, con otros, igualmente inocentes, de la quema de los conventos... en ocasión que Báguena no tenía servicio, por haber sido trasladado a Astorga, donde no pudo tomar posesión por haberse amotinado los socialistas indígenas contra él. Reducido a cuatrocientas pesetas de jubilación para él, esposa y cuatro hijos, una hija tuberculosa, se refugió en Segovia, y allí fui yo a proponerle que entrara en la conspiración, trasladándose a Madrid, donde recibiría mil quinientas pesetas mensuales para cubrir su déficit económico. La primera cantidad se la entregué yo mismo en el café de Atocha, estando presente el compañero Fuertes. En los meses sucesivos, las recibió directamente de Alfonso Barrera. Honrado a ultranza toda su vida Báguena, y sin bienes personales, hubo que pensar en la justificación de sus ingresos secretos. Se halló la solución haciendo correr el rumor entre la Policía de que él era autor de mi primer libro, El Comunismo en España, y hasta él vendió directamente a policías amigos unos centenares, recibiendo una comisión del 40 por 100. Y como el libro se vendió mucho, nadie pudo sospechar que Báguena tenía ingresos que debían ocultarse.» (Mauricio Carlavilla, Anti-España 1959, Nos, Madrid 1959, págs. 26-27.)
Por supuesto, nadie asocia al ya famoso Mauricio Karl con el discreto policía Julián Carlavilla, quien, en la prensa, sólo aparece mencionado esporádicamente vinculado a la persecución de ladrones:
«El robo de la Casa Cler, de París. Una noche, en la plaza de la Opera, de París, se cometió un robo escandaloso. [...] La Policía francesa trabaja con éxito y logra detener a uno de los autores en Marsella; pero el 'consorte' gana la frontera y entra en España por Irún con la maleta de joyas que no podían vender a los 'peristas' de Francia. El Servicio Internacional publica en sus periódicos y revistas la reseña de las joyas, alfileres, sortijas, brillantes, y al poco tiempo, en una casa de la calle de Caballero de Gracia, aquí, en Madrid, los agentes del servicio móvil de la Dirección, señores Carlavilla, Más e Iglesias, encuentran casi todas las alhajas robadas en París. Estos agentes continúan sus indagaciones y recuperan, en el Monte de Piedad y en algunas casas de compraventa, el resto de las joyas. No faltó ni una piedra.» (Francisco Horacio, 'La Policía del mundo contra los ladrones internacionales', Estampa, Madrid, 27 agosto 1932, nº 242, pág. 9.)
aunque a principios de 1934 encontramos el nombre del policía implicado en una actuación más de corte político, adscrito a la Brigada Social: la detención del jóven socialista Lorenzo Montero Baeza (de diecisiete años, sobrino del portero de Hermosilla 65), que formaba en un grupo que recorría la calle Lagasca cantando La Internacional, como autor del disparo que hirió al estudiante José María Alós Pombo (salvo el ABC, los otros periódicos dan confundido el primer apellido: Dealos por De Alós), que formaba en otro grupo que les había increpado. José María Alós Pombo pertenecía a JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), recién fusionadas con Falange, y fue condecorado el 29 de octubre de 1934 con el Aspa Roja «por haber sido herido en ocasiones diferentes y honrosas»: su nombre figura entre los fusilados por las autoridades republicanas en Paracuellos en las sacas de noviembre de 1936.
«Un herido. De un grupo de socialistas parte un disparo. Anoche, a primera hora, un grupo de unos cinco o seis muchachos iba por la calle de Lagasca cantando La Internacional. Al llegar a la calle de Hermosilla se encontró con otro grupo de varios jóvenes, que al oír La Internacional increparon a los que la cantaban. De éstos partió entonces un disparo, que fué a herir a José María Dealos Pombo, de diecisiete años y con domicilio en López de Hoyos, 9, que resultó herido de pronóstico reservado en un brazo. Mientras sus amigos le auxiliaban, los del grupo que cantaba La Internacional se dieron a la fuga; pero un guardia civil de la Comandancia del Sur, que pasaba por el lugar del suceso, pudo detener a Enrique Carrasco Mata, de dieciesiete años, habitante en Hermosilla, 12, cuarto, número 6. El autor del disparo pudo huir. El autor del disparo es detenido. De madrugada, los agentes señores Carlavilla y Horacio Iglesias detuvieron al autor del disparo. Fué llevado a la Dirección de Seguridad, en donde confesó llamarse Lorenzo Montero Baeza, de diecisiete años, con domicilio en Hermosilla, 65, portería, donde habita con su tío Félix Montero Salcedo. Declaró que había disparado y luego arrojado la pistola en la calle de Hermosilla.» (La Libertad, Madrid, martes 27 de febrero de 1934, pág. 3.)
«Detención del individuo que disparó contra el Sr. Alós y Pombo. Los agentes de la Brigada social D. Horacio Iglesias y D. Julián Carlavilla detuvieron esta madrugada a Lorenzo Montero Baeza, de diecisiete años, soltero, que vive en el domicilio de su tío, Félix Montero Salceda, Hermosilla, 65, portería. Este individuo, se confesó autor del disparo que causó la herida del estudiante señor Alós y Pombo, en la calle de Goya, esquina a Lagasca. El detenido, después de prestar declaración en la Brigada social, pasó, con el atestado correspondiente, a disposición del juez de guardia.» (ABC, Madrid, martes 27 de febrero de 1934, pág. 18.)
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¡Muy bien! Una entrada interensantísima.
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