Que el yo sea la medida última de todas las cosas resulta demasiado peligroso. Tanto que en poco tiempo, y en esas estamos, se impone la autocancelación del propio yo, tan limitado e insatisfactorio, para dar paso a la invención de uno mismo.
Eso, se mire como se mire, es un suicidio, y muy jodido además.
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