Nosotros, víctimas del odio, entendemos y sabemos qué y cuál es nuestra misión porque el odio, que es siempre la antesala del amor, nos traspasa diariamente y somos nosotros los que heridos y moribundos marcamos con castrense caminar el camino que del amor hizo nuestra meta; este no es otro que el amor para todos.
El amor por caridad, porque estamos mandados desde lo más alto a dar la vida por la Vida que también es Camino y que también es Verdad y ante estas realidades supremas la existencia fuera de ellas carece del más mínimo sentido. Esta es la realidad del mundo moderno y esta es nuestra excelsa misión.
Esto es, la caridad de la propia existencia, de la vida, para que encuentren el justo vivir no sólo nosotros -los nuestros- sino también los que se dicen enemigos, los que nos desprecian.
¡Ah!¡Grande cosa es ser perseguido y difamado hermano ! Porque ser víctima del odio es precisamente vivir por caridad y, precisamente por ello, vamos buscando el odio, para encontrarnos con él cara a cara.
Para acabar con él y aflorar el amor del alma que nos desprecia.
Porque por caridad, armados con la coraza de la fe y ceñidas las armas de la Luz, nos aprestamos diariamente a reñir batalla; unas veces con júbilo y otras, las más, con tristeza en el alma.
Lee atento hermano.
¡Qué otra cosa podemos hacer nosotros, los hombres, con el ejemplo que Él nos dio que es el ejemplo de la caridad absoluta! puesto que fue Él quien ideó el mundo y que sufrió el insulto, la persecución, el escupitajo y el martirio. Cuando colgado de una cruz -siendo desde entonces esa misma cruz el centro geográfico del mundo - abrió los brazos hacia aquellos (nosotros) que no le quisieron y por los cuales sufrió infamante tormento. Por caridad sufrió, por caridad perdonó, por caridad salvó y salva y por caridad nos dio este sublime ejemplo.
Esto es , hermano, que por caridad somos nosotros los que , a vista de conseguir una sociedad más justa - que permita no solo ganar nuestras almas sino que también ellos ganen la suya - debemos ofrecer viril combate hasta la extenuación porque estamos llamados a la Hermandad.
¡Hermandad! pero no por esa sangre que corre en nuestras venas si no por la sangre que se derrama al pie del Gólgota.
Al fin y al cabo en ello todo se resume.
Por que por esa caridad, aunque ellos no la quieran entender, estamos viviendo y trabajando y llorando y sufriendo y haciendo la patria y forjando con nuestras manos la Historia.
Ella, la Historia, demuestra bien claramente que hermanados bajo la sombra de la cruz seremos capaces de alcanzar las más altas cotas de grandeza; pero no para nosotros sino para Aquel que nos envuelve.
Y ahora, hermano, entiende que para ser víctima del odio es necesaria la caridad, pero no la conseguiremos sin la Gracia y un poco de audacia.
Si ¡audacia! para vivir en el justo lugar, con la justa ambición, despreciando la injusta codicia. Para servirles conscientemente y fervorosamente, para ganar el Cielo, viviendo sobre la tierra.
Audacia, serena y sublime. Audacia en gestos y en palabras y en hechos.
Se audaz, hermano, para no quedarte a la cola de la Historia, en la inofensiva cola de los quietos, en la bobalicona cola de los tibios, de los que esperan que suceda algo mientras consienten la miseria.
Y para ser víctima de odio necesitamos caridad y la caridad requiere de audacia y la audacia, para no caer en locura, debe conocer que el miedo y la muerte no nos han de ser ajenos. Porque el Mundo, siendo de España que es lo mismo que afirmar siendo de Cristo, es un combate feroz. No podremos cambiar nada sin entenderlo.
Porque en este tiempo bellaco nos hemos vuelto la espalda los unos a los otros, asumiendo las más retorcidas, estúpidas y antinaturales posturas; a imagen y semejanza de un retablo bosquiano.
Porque no tenemos ni norte, ni sur, ni fe, ni patria y hemos sacudido a golpe de urna lo que dicen que quedaba de ello.
Porque hemos negado a Dios
Porque pertenecemos a un pueblo que ha perdido la ilusión en las promesas que volaron como las golondrinas de agosto y se quedaron en el aire sin tomar forma ni cuerpo en la tierra.
¡Ja! porque los hombres, que ya no son hombres, son ciudadanos. Están agrupados en ideologías y han partido su alma y han mutilado su cuerpo y han vendido a sus padres y han roto las lealtades y han aceptado la vergüenza como característica esencial de sus vidas.
Porque por nosotros - por ellos - necesitamos también del ímpetu característico de nuestra Tradición. El ímpetu que nos legó Santiago, el de Compostela, el de Clavijo, el hijo del trueno, el impetuoso. Porque el ímpetu siendo joven de espíritu y anciano de raigambre proporciona la Victoria. Victoria, sí, cuando se lleva abrazada a la fe y al amor.
Precisamos de ímpetu para la batalla solemne de todos los días, la batalla de vivir, porque la vida del hombre sobre la tierra es milicia para luchar.
Ímpetu para la santidad y para la milicia, para ser y saber ser, para defenderse ,para mantener el amor y mantener la lealtad, para estar quieto y para pasar a la acción , para el pensamiento y para la oración, para afirmar rotundamente y para negar valientemente, para el apostolado.
Ímpetu y audacia que resalten con humildad nuestra hombría y tras las cuales alcancemos un entendimiento saludable de nuestra existencia, trascendencia y misión. Y tras ello amar, amar profundamente, tanto como para que arda el corazón y ser atendido por la Gracia y observar el bello don de la caridad.
Hermano, si queremos enfrentarnos al Mundo y a su Príncipe, vamos a encontrarnos montañas de odio y vamos a ser heridos de él.
Seremos corderos, que subiendo angosta escalera y atravesando estrecha puerta, imitando a Cristo y por Cristo, podremos afirmar gallardamente que hemos salvado los restos de la patria y el corazón de sus hombres.
Preparémonos...no será fácil.
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