El café demuestra ser una bebida genuina y repugnantemente liberal. Nadie bebe ni
brinda a la salud de alguien con café; lo hacemos con cerveza o
cualquier licor. Los bebedores de café no forman una comunidad, sino que
constituyen un grupo de individuos aislados que rehuyen de su entorno como misántropos.
Por eso la cerveza es trascendente y el café no lo es.
Para quien acude a la cafetería, lo normal
es sentarse solo a una mesa y leer el periódico. Las acciones que se
realizan comunmente tras la taza de café exigen concentración
individual que roza lo lunático.
En resumidas cuentas: todos los rituales de la
taberna, donde beben y rien y se pelean los hombres, giran en torno a "nosotros", mientras
que los del café se centran en el "yo".
Que les aprobeche.
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