"La Virgen oye complacida cualquier oración piadosa y guarda de mal a quien le es encomendado en ella"
Que esas dos cosas hacen ganar su amor y gracia muy complidamente, si con devoción se hacen como es debido; y así se manifiesta abiertamente su virtud ante todo hombre en dificultades.
Sobre esto os pido que me oigáis un milagro que hizo Santa María; y, si os fijáis, oiréis muy gran maravilla y os convenceréis de cuánto ha beneficiado al hombre la oración.
Había en la frontera un castillo moro muy fuerte, al que atacaron expediciones cristianas salidas de Uclés y de Calatrava con mucha caballería.
Allí estaba don Alfonso Téllez, apreciado ricohombre que aportó gran compaña de excelentes caballeros valerosos y arriscados, otros buenos guerreros y muchos almogávares, infantes y ballesteros, con los que prontamente asaltó el castillo.
Fuertemente asediado, derribados sus muros, la población que vivía dentro, despavorida y derrotada se refugió en una recia torre.
Cada lado de ella fue minado y le prendieron fuego; los moros del interior, para salvarse de las llamas, se apretujaron entre las almenas y así murieron muchos de aquellos desgraciados.
Acorralada por el fuego que la cegaba y quemaba, una mora subióse a lo más alto con su hijo, al que amaba más que a sí misma, por salvarlo.
Y la pobre se sentó entre dos almenas con el niño en brazos, y a pesar de la voracidad del fuego que les cercaba, ni ella ni el hijo sufrieron quemaduras.
Al maestre de Calatrava don Gonzalo Yáñez, que se esforzaba en servir a Dios combatiendo a los moros y por eso atacaba con tanta saña aquella torre, y al ya citado don Alfonso Téllez, cuando vieron a la mora entre las almenas del baluarte minado e incendiado, se les figuró una imagen de la Virgen con el Niño en brazos, y sintieron piedad por ellos, lo mismo que los demás cristianos presentes, y con viva aflicción imploraron a Dios que los salvase, pese a ser infieles, y Dios quiso hacer este gran milagro:
aquella parte de la torre se vino abajo lentamente sobre un amplio llano, de modo que ninguno de los dos, ni la madre ni el niño, sufrieron daño alguno al caer; los depositó salvos en un prado la Virgen María, a quien rogaban por ambos los cristianos. Todos se maravillaron mucho por lo sucedido y entonaron loores a Ella y a su Hijo; la mora y el niño fueron bautizados.
Que esas dos cosas hacen ganar su amor y gracia muy complidamente, si con devoción se hacen como es debido; y así se manifiesta abiertamente su virtud ante todo hombre en dificultades.
Sobre esto os pido que me oigáis un milagro que hizo Santa María; y, si os fijáis, oiréis muy gran maravilla y os convenceréis de cuánto ha beneficiado al hombre la oración.
Había en la frontera un castillo moro muy fuerte, al que atacaron expediciones cristianas salidas de Uclés y de Calatrava con mucha caballería.
Allí estaba don Alfonso Téllez, apreciado ricohombre que aportó gran compaña de excelentes caballeros valerosos y arriscados, otros buenos guerreros y muchos almogávares, infantes y ballesteros, con los que prontamente asaltó el castillo.
Fuertemente asediado, derribados sus muros, la población que vivía dentro, despavorida y derrotada se refugió en una recia torre.
Cada lado de ella fue minado y le prendieron fuego; los moros del interior, para salvarse de las llamas, se apretujaron entre las almenas y así murieron muchos de aquellos desgraciados.
Acorralada por el fuego que la cegaba y quemaba, una mora subióse a lo más alto con su hijo, al que amaba más que a sí misma, por salvarlo.
Y la pobre se sentó entre dos almenas con el niño en brazos, y a pesar de la voracidad del fuego que les cercaba, ni ella ni el hijo sufrieron quemaduras.
Al maestre de Calatrava don Gonzalo Yáñez, que se esforzaba en servir a Dios combatiendo a los moros y por eso atacaba con tanta saña aquella torre, y al ya citado don Alfonso Téllez, cuando vieron a la mora entre las almenas del baluarte minado e incendiado, se les figuró una imagen de la Virgen con el Niño en brazos, y sintieron piedad por ellos, lo mismo que los demás cristianos presentes, y con viva aflicción imploraron a Dios que los salvase, pese a ser infieles, y Dios quiso hacer este gran milagro:
aquella parte de la torre se vino abajo lentamente sobre un amplio llano, de modo que ninguno de los dos, ni la madre ni el niño, sufrieron daño alguno al caer; los depositó salvos en un prado la Virgen María, a quien rogaban por ambos los cristianos. Todos se maravillaron mucho por lo sucedido y entonaron loores a Ella y a su Hijo; la mora y el niño fueron bautizados.
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