"Haría 
la guerra a sangre y fuego, con el  bello sentimiento de su idea y el 
odio del enemigo. La guerra que hacen  los pueblos cuando el labrador 
deja su siembra y su hato el pastor. La  guerra santa, que está por cima
 de la ambición de los reyes, del arte  militar y de los grandes 
capitanes. El Cura sentía dentro de su alma  palpitar aquella verdad, 
que le había sido dada en el retiro de su  iglesia, cuando leía 
historias de griegos y romanos en las tardes  doradas paseando en la 
solana y durante las noches largas bajo el  temblor de la vela que se 
derrama. Ahora aquella verdad era su verdad,  la sentía sagrada y 
sangrienta, toda llena del arcano profético, como  las entrañas de una 
res sacrificada por el vate druida.
Caminando bajo el hayedo del monte, apoyado en el bordón como un peregrino fatigado, tenía los ojos llenos de lágrimas al recordar la destrucción de las ciudades antiguas que no querían ser esclavas de los grandes imperios. Le resonaba interiormente la armonía clásica con que narran tantas hazañas Nepote y Salustio. Era un divino son latino, más bello y más grave que el canto llano. Y con el odio por las legiones y las águilas augustanas, como solía decir recordando el lenguaje del púlpito, sentía el entusiasmo por las tribus patriarcales y guerreras de los libres vascones. Soñaba que su hueste fuese el ejemplo de aquéllas, y que saliese de las batallas con sangre en las armas y en los brazos.
(...) Jamás hubo capitán que más reuniese el alma colectiva de sus soldados en el alma suya. Era toda la sangre de la raza, llenando el cáliz de aquel cabecilla tonsurado. Y en medio de la marcha, de tiempo en tiempo se detenía y rogaba de quedo, con la fe ardiente de un guerrero antiguo:
-¡Señor, líbrame de enemigos!"
Caminando bajo el hayedo del monte, apoyado en el bordón como un peregrino fatigado, tenía los ojos llenos de lágrimas al recordar la destrucción de las ciudades antiguas que no querían ser esclavas de los grandes imperios. Le resonaba interiormente la armonía clásica con que narran tantas hazañas Nepote y Salustio. Era un divino son latino, más bello y más grave que el canto llano. Y con el odio por las legiones y las águilas augustanas, como solía decir recordando el lenguaje del púlpito, sentía el entusiasmo por las tribus patriarcales y guerreras de los libres vascones. Soñaba que su hueste fuese el ejemplo de aquéllas, y que saliese de las batallas con sangre en las armas y en los brazos.
(...) Jamás hubo capitán que más reuniese el alma colectiva de sus soldados en el alma suya. Era toda la sangre de la raza, llenando el cáliz de aquel cabecilla tonsurado. Y en medio de la marcha, de tiempo en tiempo se detenía y rogaba de quedo, con la fe ardiente de un guerrero antiguo:
-¡Señor, líbrame de enemigos!"
Trilogía Carlista "Gerifaltes de antaño" 
