Es obvio que un anhelo de todo hombre es sin duda que su
vida se desarrolle en un ámbito en el que reine la paz y que permita
desarrollar sus potenciales características de acuerdo a unos principios y de
la forma que menos se vean distorsionados. Desde luego en una situación bélica
o caótica difícilmente podrá la sociedad desarrollarse de acuerdo a sus
potenciales, así como difícilmente también una familia será incapaz de
desarrollarse si sus miembros no se encuentran en un estado que sea , cuanto
menos, similar a la paz . No concibo ningún ser humano que obre de otra forma
aunque si bien es cierto que los seres humanos y sus asociaciones temporales (familias,
municipios, naciones, confederaciones, patrias…) poseen en cada lugar y en cada
época una forma diferente de alcanzar la ya mencionada paz, incluso a través de
la violencia y de sistemas políticos diferentes, estén equivocados o no.
Esto genera una cuestión primordial, ¿es el conjunto de los
hombres quien al encontrarse en paz consigo mismo y con su entorno permiten una
sociedad en paz? ¿es una sociedad en paz la que permite al individuo desarrollarse?
Sin duda ambas son sentencias correctas pero , por separado, insuficientes. Necesitamos
conjugar estas dos máximas para que el anhelo del hombre llegue a ser real.
¿A través de qué concepto/obra puede el ser humano alcanzar
dicha situación personal y socialmente preferible e ideal? Esto nos lo
clarifica una de las mentes más portentosas y justas de su tiempo, San Agustínde Hipona, cuando nos dice: <<(…)Actúa con justicia y tendrás paz…estas
dos virtudes se aman, se besan. Quizá quisieras tener una de ellas sin la otra.
“¿Quieres tener paz?” Todos, de forma unánime, responden: “la quiero, la amo,
la deseo”. Ama, pues, también la justicia(…)>>. Es sencillo, el hombre y su sociedad alcanzan
la paz a través de la justicia. Por lo
tanto es fácil afirmar lo que aquel antiguo dicho que Pio XII colocó en su
escudo y que da nombre a este artículo: Opus ustitiae pax, es decir, la paz es
obra de la justicia.
Hasta aquí queda claro la vital importancia de ese concepto
tan manido que es la justicia y que una sociedad tan relativista como la actual
pone en tela de juicio constantemente. Pero es ahí donde la sociedad coloca al
ser humano individual y corporativo que guarde esa paz a través de la justicia.
En este momento se engrasa la maquinaria y aparecen multitud de actores, desde
jueces, militares, abogados y , sin duda en primera línea de combate, policías.
Por que los policías tenemos la obligación
y el imperativo moral para que gracias a
nuestro esfuerzo individual y colectivo, la sociedad y el ser individual puedan
desarrollar todo su potencial material y espiritual. Es decir, el policía en la
colectividad es la vanguardia de la justicia gracias a la cual se alcanza la
paz. Lógicamente no todo el monte es orégano y una cosa es la situación ideal y
otra la real, pero aquí vamos a intentar tratar el como debiera y no el como es.
Para conservar lo anteriormente expuesto debemos incidir en
el imperativo moral que posee nuestro oficio y cómo es deber insalvable el condicionar
nuestra función a la justicia. Por ello es necesario conocer que es lo que
corrompe la justicia y como debemos evitar esas situaciones; no obstante somos
humanos y por lo tanto imperfectos lo que no implica dejadez ni exigencia de
autosuperación.
Para ello, conozcamos y resumamos algunos de los aspectos
que dificultan la realización de la justicia y que nos implican a nosotros como
hombres y como portaestandartes de ella, solicitando al lector que haga un
pequeño esfuerzo primero entre diferenciar el hecho moral del hecho legal:
1- Es
básico entender que difícilmente seremos justos cuando nos demos cuenta de que
poseemos un amor desordenado hacia las distintas realidades que nos rodean – el
dinero, los amigos, el grupo, el país, …- debido a que inconscientemente
trataremos de beneficiarlas mediante nuestra conducta, sintiendo que efectivamente
las estamos protegiendo por amor hacia ellas sin darnos cuenta que la realidad
se resume en imparcialidad o injusticia. Como hemos dicho, sin justicia no habrá
paz.
2- La
mala costumbre que tenemos de cometer a
menudo pequeñas injusticias es un hecho que hace perder lentamente el sentido
de la rectitud que la justicia necesita. La justicia debe ser limpia y no nos
damos cuenta que el polvo mancha lentamente el uniforme y sucede que al cabo del tiempo ya que
tenemos el uniforme sucio dejamos de temer incluso al barro.
3- A
pesar de nuestro amor por la justicia, solemos ser – como todo hombre- débiles
e indecisos. Fácilmente podemos ceder a la presión de aquellos que nos
adelantan sin escrúpulos para no tener problemas y sin embargo aplicamos
rectamente la ley ante aquellos que no son temibles para nosotros y que
generalmente suelen ser los más débiles. De esto podemos poner mil ejemplos
cada uno en nuestra vida diaria. Muchas veces depende de cómo o quien sea el
objeto de nuestro trabajo a veces actuamos de una forma o de otra; seremos,
pues, injustos y como vengo diciendo, sin justicia….
4- Nuestras
antipatías personales son un verdadero lastre para la justicia general. Es
seguro que muchos de nosotros poseemos muchas de esas antipatías, muchas veces
es un sistema natural de autodefensa que el subconsciente nos impone y no
siempre son negativas en nuestro plano individual; pero no debemos olvidar lo
que somos y lo que representamos y a no ser que seamos santos, generalmente
procederemos a ser injustos con aquellos que nos son antipáticos. Por ejemplo,
como me caen mal los gitanos, procederé de una forma determinada siempre con
ellos, por que son unos ladrones, sucios y mentirosos no obrando conforme a lo
justo y si conforme a mis prejuicios. Seré
por lo tanto injusto.
Podría serguir con innumerables ponencias, pero dudo que se
hayan soportado tan siquiera estas, así que de momento basten para plasmar mis
intenciones.
En el siguiente artículo trataremos, siguiendo la estela de
San Agustín, de analizar la necesaria autoridad y sus peligros.
Un saludo.
Hola, Don Quijote;
ResponderEliminarRazona muy bien su mensaje sobre la justicia y la paz, es muy hermoso, dejándolo bastante mal parado al analizar el comportamiento humano, cuya ambición desmedida da al traste con cualquiera de las dos. De modo que, en el mejor de los casos, siempre vivimos en un equilibrio inestable.
Quienes somos justos, dedicamos nuestra vida a luchar para que prevalezca la justicia, porque deseamos vivir en paz, pero somos pocos. Quienes detentan el poder, manipulan constantemente a los ciudadanos, aprovechándose del gregarismo de los humanos y del temor que sienten de dar a conocer sus críticas abiertamente, no sea el demonio que se metan con ellos y pongan en peligro su atribulada existencia y la de sus seres queridos.
Es decir, solamete se puede vivir en paz, si individual y colectivamente se lucha por la justicia, asumiendo los riesgos que ello comporta, pero luchando sin descanso hasta conseguirla. Ningún poder tiene derecho a manipular, a discriminar, a someter a sus caprichos, a las personas que vivimos en este planeta, Pero no vale quejarse, hay que luchar para conseguirlo.
La vida tiene sentido si la entendemos como una lucha permanente por mantener nuestra libertad individual, nuestra dignidad y actuar en justicia guiados por nuestra conciencia, sin intromisiones ajenas.
Me ha gustado lo que escribe. Gracias. Salud y felicidad. Ginés.