Reconquistar el espíritu comienza en el Más, en el Por Encima, es decir, sólo allí donde cesan la equidad y el equilibrio, lo calculado, allí donde cesan el servicio y su retribución. Sólo allí donde ya no se cuenta, ni se calcula, ni se pesa, ni se mide; sólo allí donde se entrega, donde se combate, donde se ama.
Porque el Espíritu es amor, amor verdadero -y no el sucedáneo moderno y vacío de amor- y el amor no tiene medidas ni límites. Pasa por encima de los lazos de la sangre, en el caso de que éstos se conviertan en obstáculo: <<si alguno viene a mí y no aborrece a su padre a su madre a su mujer a sus hijos a sus hermanos a sus hermanas y aun a su propia vida no puede ser mi discípulo>>.
Así se convierte el amor en espada que corta, que separa, que hiere, que estorba la paz... <<no penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada>>.
¡El amor como espada!
Porque reconquistar el espíritu significa hacer la guerra. Pero la guerra del que pelea por amor y , como decía Chesterton, no por odio.
Quizá desde aquí sea posible comprender las Bienaventuranzas.
Bienaventurados los que aman, porque creen por encima de los límites de lo incompleto, de lo inauténtico, por encima de los límites del mundo, en la infinitud de Dios.
Bienaventurados los que aman, porque ellos viven. Los que no aman están ya enterrados.
Bienaventurados los que aman porque serán tenidos por dementes en un mundo aburrido, frío y calculador.
Bienaventurados los locos, porque se han despojado a sí mismos hasta de los últimos harapos y están ante Dios en toda su candidez. Porque ninguna jugarreta del Mundo podrá engañarlos.
¡¡Reconquista tu espíritu!! Porque éste incita al exceso, lo exige todo...
¡Ésta es la gran locura!
A mi tío
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