sábado, 30 de abril de 2011

A los mártires de España, de Paul Claudel.

Este es sin duda uno de los textos que más me han logrado conmover. Desgraciadamente la traducción y adaptación que poseo, de Victor Solé de Sojo, es bastante mala y se que anda por ahí una mejor, pero , amigos, es lo que hay...¡disfrútenlo!


Paul Claudel



Tu que, al pasar, irás volviendo una a una las páginas de este libro sincero.

Léelo todo, regístralo en tu corazón pero contén tu cólera y tu espanto.

Es igual, es lo mismo que vivieron nuestros predecesores.

 Es lo que aconteció en tiempos de Enrique VIII,  de Nerón, de Diocleciano.

El cáliz que apuraron nuestros antepasados, ¿No tendremos que apurarlo también nosotros?

La corona de espinas que ellos ciñeron, ¿Sería para nosotros, solo para nosotros, una corona de rosas?

La sal que antaño pusieron en nuestra lengua, ¡tenía el gusto de este nuevo bautismo!

Es posible, Dios mío, que nos otorguéis este honor supremo.

De daros algo, nosotros los pobres, y de nuestra presencia,

Y decir que es verdad, que Vos, con nuestra sangre, ¡sois el Hijo de Dios!.

La maravilla de vuestra existencia, es cierto,  no puede pagarse más que con sangre.

El Evangelio de Jesús que yo he recibido, ¡no podía recibirlo impunemente!

En este mundo que no cree, ¡no es verdad que no pueda creerse impunemente!

No fue solo por nuestro bienestar por lo que diste Tú la pena de nacer.

El Mundo te odia desde sus entrañas y el esclavo no es mejor que el señor.

Mas nosotros, nosotros creemos en Vos y escupimos en el rostro de Satán.

Todos estos pobres forjadores de dudas, todos esos cobardes, todos esos vacilantes.

No son palabras las que fallan, es un acto, la voz clara y el estallar de alguna cosa.

Vos, Vos estáis ahora en el cielo, más allá de la visibilidad y de la nube.

Pero nosotros estamos en sus manos; y por nuestra parte les ofrecemos cosas que ver, ¡cosas que ciegan su mirada!

Robespierre, Lenin y los demás, Calvino, no han agotado todos los tesoros del odio y de la rabia.

Voltaire, Renan y Marx no han chocado aún con el fondo de la humana idiotez.

Mas, delante de nosotros, el millón de mártires, ante nosotros, todos esos inocentes llenos de gloria.

Ellos tampoco lo han derramado todo ni lo han ofrendado todo todavía.

Somos nosotros los que estamos ahora en su lugar y estamos en él por una vez.

¡Por fin ha vuelto la Gloria del Príncipe de este Mundo!

La hora del interrogatorio final, la hora de Iscariote y Caín.


Santa España en la punta de la cuadrada Europa, concentración de la Fe, trinchera de la Virgen Madre.

Y la última zancada de Santiago, que solo termina donde la tierra acaba.

Patria de Domingo y de Juan, y de Francisco el Conquistador y de Teresa.

Arsenal de Salamanca, Pilar de Zaragoza y cepa ardiente de Manresa.

¡Indestructible España! Que sabe rehusar la medida de lo mediano.

Sacudida de espaldas contra el hereje contenido y, paso a paso, rechazarlo.

Exploradora de  un doble firmamento, razonadora de la plegaria y de la sonda.

Profetisa de otra tierra, allá lejos, bajo el sol, y colonizadora de otro mundo.

En esta hora de tu crucifixión, Santa España, en este día, hermana España, que es tu día.

Llenos los ojos de admiración y lágrimas, yo te envío mi admiración y mi amor.

Cuando todos los cobardes traicionaban, tú, una vez más ¡supiste rehusar!

Como en tiempos de Pelayo y del Cid, tú, una vez más, ¡desenvainaste la espada!

¡Ha llegado el momento de elegir, de desenfundar el alma!

Ha llegado el momento de medir, fijos los ojos en los ojos de la proposición infame.

¡Ha llegado el momento, por fin, el momento de que se conozca por fin el color de nuestra sangre!

Muchos se figuran que el pié marcha solo al Cielo por un camino complaciente y fácil.

Pero de pronto la pregunta está hecha, y he aquí el requerimiento y el martirio.

El Cielo y el Infierno están puestos en nuestras manos, y tenemos cuarenta segundos para escoger.

Cuarenta segundos y sobra tiempo todavía. Santa España, hermana España ¡tú escogiste ya!

Once Obispos, dieciséis mil sacerdotes sacrificados y ¡ni una sola apostasía!

¡Ah, ojalá,  pueda un día yo, como tú, lanzar mi testimonio en voz alta, en el esplendor del mediodía!

Se había dicho que dormías , hermana España, un fingido sueño.

Y luego de improviso, la interrogación, y de un solo golpe, esos dieciséis mil mártires.

<<¿De dónde me llegan todos estos hijos?>> grita aquella de la que decían estéril.

Las puertas del Cielo ya no bastan para esa legión que se apretuja.

Lo que llamabais el desiertos, ¡miradlo!, ¡ah!, ¿era el desierto decíais?, ¡ved en él el manantial y la palmera!

¡Dieciséis mil sacerdotes! Todo el contingente en un momento y el Cielo colonizado en una sola llamarada.

¿Por qué temblar, oh alma, y por qué indignarte contra los verdugos?

Yo no hago más que juntar las manos y llorar, y digo que ésto es bueno, que esto es bello.

Y vosotras también, piedras, ¡salud! Desde lo más profundo de mi alma, ¡santas iglesias exterminadas!

Estatuas destrozadas a martillazos, y todas esas pinturas venerables y ese Copón que va a pisotearse.

Donde la CNT gruñendo de delicias, pone su jeta y su baba.

¿Para qué todos esos dioses buenos? El pueblo no los necesita.

Lo que el bruto inmundo detesta, tanto como a Dios, es la belleza.

¡A fuego grandes bibliotecas! Leviathan se revuelca de nuevo y de los rayos del sol ha hecho yaciga y estiércol.

Todas estas bocas que nos interrogaron, todo eso; ¡contra todo eso era tan difícil de mantenerse en el propio cuadro!

Cerremos la boca de un puñetazo, es lo más sencillo, ¡abajo el Cristo y viva el toro!

Hay que dejar sitio a Marx y a todas esas biblias de la imbecilidad y del odio.

Mata camarada, destruye y  embriágate,  yace con las hembras. ¡Esto es la solidaridad humana!

No digas que todos esos curas que nos miran, vivos o muertos, no nos han provocado.

El que ellos hicieran el bien sin recompensa, era en verdad ¡cosa intolerable!

A los que han muerto, ¡se les irá a buscar bajo la tierra!

¡Es divertido ver como ríen todas estas calaveras! Un bromista se ha sacado el cigarrillo de su boca y lo ha colocado en la de esa calavera que fue su madre.

¡Quememos todo lo que pueda ser quemado! Los vivos y los muertos en una sola pira.

¡Acercad el petróleo! ¡Quememos a Dios! ¡Será una liberación magnífica!

Todos esos ojos que nos miran, vivos o muertos, nos provocan. Además ¿Para que sirven?.

¡Salud, las quinientas iglesias catalanas destruidas! Catedral de Vich, catedral de José María Sert.

Vosotras también, también habéis sabido dar testimonio. También vosotras formáis entre los mártires.

Las mismas iglesias que vió Juan, iglesias de Gerona y Tortosa, iglesias de Laodicea y Tiatira.

La casulla se ha incendiado con el sacerdote, y el cirio ha prendido fuego en el candelabro.

El campanario se yergue todavía un momento sobre el animal evangélico que se encabrita.

Y después, en un rodas trueno, cae de golpe.  Se hunde, ha desaparecido ya.

Iglesia de mi Primera Comunión, todo acabó, ya no te veré más.

Pero es bella cosa ser partido en dos ¡secti sunt! Es bella cosa morir en su puesto con un grito triunfal.

Es bello para la iglesia de Dios ascender al Cielo toda ella en el incienso y el holocausto.

Sube al cielo, Virgen venerable, por la derecha vía. ¡sube columna! Asciende ángel! Sube al Cielo, gran plegaria de nuestros abuelos.

Catedral de Vich, de José María Sert, antes eras admirable solo para los hombres, ¡ahora eres admirable a Dios!

¡Ya está hecho, la obra está consumada! Y la tierra por todos sus poros ha bebido la sangre que la turbaba.

Ha bebido el cielo y la misa de los cien mil mártires; la tierra es profunda para digerirla.

El asesino vuelve titubeante a su casa, y mira con estupor su mano derecha.

El santo, solemnemente, ha tomado posesión de su parte, que es la mejor.

Todo, una vez más, está consumado, y en el Cielo se ha hecho un silencio de media hora.

Y nosotros también, la cabeza descubierta ¡alma mía! Guarda silencio ante la tierra sembrada,

La tierra ha concebido en el fondo de sus entrañas y ha comenzado ya el recomenzar.

El tiempo de labrar ha terminado ¡ y es ahora ya, el tiempo de la siembra!

El tiempo de la amputación ha acabado ya para el árbol, y es ahora ya el tiempo de las represalias.

La idea que ha germinado bajo la tierra, y en todos los lugares de tu corazón, Santa España, la represalia inmensa del amor.

Con los píes en el petróleo y en la sangre, yo creo en Ti, Señor, y en este día, que será Tu día.

Tiendo mi mano derecha hacia Ti, para jurar entre la acción de gracias y la matanza.

Tu cuerpo es en verdad un alimento y tu sangre en verdad una bebida.

De esta carne triturada, la Tuya, y de esta sangre que ha sido derramada.

Ni una parcela ha perecido, ni una gota se ha derramado en vano.

El invierno sobre nuestros surcos continua pero la primavera ¡ha hecho ya explosión en las estrellas!

Y todo lo que ha sido derramado, los ángeles lo han recogido respetuosamente y lo han llevado al interior del Velo.


Paul Claudel.
Brangues 1937.

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