Ser o no ser un cobarde: afrontar la vida o esconderse en ella. Asumir tus defectos, o diluirlos en los de los demás. Conocer tus vicios y tus debilidades y luchar contra ellos, o vomitarlos a otros, en una borrachera de megalomanía.
El cobarde no afronta, no asume, no lucha.
El cobarde vive en una realidad paralela en la que el mundo ha de ir a él, y no él al mundo.
Solo e inseguro. Escondido tras falsas seguridades, el cobarde, en el fondo, sabe que lo es.
Un dios con pies de barro.
El cobarde calla, mira a otro lado y huye de los demás, saltan las alarmas sociales si ha de salir de su coraza, bajo la que se siente falsamente protegido. El miedo a lo desconocido. A uno mismo. Ignorar todas sus capacidades.
Conocerse es siempre lo más difícil, es lo que más asusta, pero cuando vences el miedo, y abandonas la cobardía, por fin eres tú. Te tienes. Con tus virtudes y tus defectos. Con tus limitaciones. Y tenerse a uno mismo es lo mejor que nos puede pasar.
Yo he sido un cobarde.
Ya no.
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